Historia sobre Dislexia .

El Disléxico Cabalga Solo

18/12/2015

Por: Marco


El disléxico cabalga solo. No es que no le guste estar con otras personas, sino que, la mayoría, no suelen tener, ni paciencia, ni ganas de estar con él. Así es la realidad. Lo normal, es que le despachen con un simple y apresurado: “Haber estudiado más”. Acto, que lo relega a los límites de la marginalidad, pues, es demasiado listo para ser “estúpido” y se siente demasiado estúpido para ser “listo”. De ese modo, este viajero accidental, se convierte en un “Llanero Solitario”, que cabalga en tierra de nadie, esquivando burlas y comentarios despectivos (de listos por un lado y de estúpidos por otro) con suma resignación.
 
Desde que tengo uso de razón he arrastrado esa pesada carga. Recuerdo, que, en el primer colegio en el que estuve, me mantuvieron en Párvulo, más tiempo del estipulado, por la pereza que les suponía tener que orientar a un niño que solo requería un enfoque diferente de los conocimientos a asimilar.
El caso, es que, los supuestos “Docentes” de ese centro, por increíble que parezca, se dejaron ir, la friolera de dieciocho largos meses. Cuando se percataron de su desastroso despiste, de que me habían dejado abandonado en el aula de Parvulario por pura ineptitud, se apresuraron a subsanar el “despiste” incorporándome, con carácter inmediato, en el Aula de 2º de EGB.
(Entiéndase, que yo, en todo ese tiempo, solo había realizado actividades propias de Párvulo. Es más, estos individuos, me incorporaron en el Aula de 2º a principios del tercer trimestre, por lo que podréis imaginar las desastrosas consecuencias).
El mismo día de mi incorporación, la “Docente”, me envió a la pizarra, junto con otros niños, para que realizara una sencilla división. Todos la hicieron, menos yo. Estaba aterrado, no sabía que debía hacer, nadie me lo había explicado.
Como es lógico, me eternice ante la pizarra observando la división, quizá, esperando que, por gracia divina, el conocimiento se depositara en mí. Cosa que no pasó.
La “Docente”, perturbadoramente molesta por mi falta de colaboración, cogió un palo, (que, en un tiempo, había formado parte de una silla) y sin mediar palabra, comenzó a asestarme golpes con él, mientras repetía al compás: - Divide, divide, divide…
 
Pues no, ese día no aprendí a dividir. Ahora bien, la idea de que la figura del profesor era sinónimo de castigo, quedo resonando en mis cavidades neuronales el resto de mi etapa escolar. Ese suceso, me convirtió en un niño que no confiaba en los profesores. Un niño, que aprendió a huir de ellos, a evitarlos a toda costa. Que jamás levanto la mano para hacer una pregunta por miedo a las consecuencias. Un niño, con un único objetivo, no llamar la atención, pasar desapercibido, no destacar para no atraer la atención sobre si mismo. Que no reparasen en mí, se convirtió en mi única y constante prioridad.
 
Al finalizar aquella dolorosa jornada. Ya de noche. Arropado en mi cama. Le pedí a Díos, morir antes del amanecer, para no tener que despertar y volver a aquel horrible lugar. Pero no fue así… Tuve que soportar esa situación hasta acabar el curso.
Gracias a Díos, algunos padres supieron ver lo que pasaba y tomaron medidas al respecto. Consiguiendo que cerraran el centro, pues, por lo visto, ninguno de los “Docentes” que componían el elenco del profesorado, disponía de la titulación pertinente para ejercer como tales.
Que se haga justicia siempre es de agradecer. No obstante, el daño ya estaba hecho. Quedé eternamente encasillado como VAGO, no importaba que sacara sobresalientes en el resto de las asignaturas. Si no era capaz de superar mis dificultades para desenvolverme con los números y las letras, jamás dejaría de ser un VAGO. Créanme cuando les digo, que no es una tarea fácil. Llevo varios días revisando el texto que ahora leéis, y no importa el tiempo que empleé y las veces que lo relea, siempre encuentro errores. Es frustrante no tener control sabre algo que sabes que puedes hacer bien, es un autentico calvario, os lo aseguro. ¿Cuál es el secreto? ¿Por qué unos sí y otros no? Llevo haciendo estas preguntas toda la vida sin obtener respuesta. El caso, es que no soy del grupo de los que se proclaman “normales”. Pertenezco al de los raritos, los anómalos, y disimularlo no sirve de nada. Siempre va haber algo que me delate. Este blog es una buena prueba de ello. Lo concebí con la finalidad de obligarme a mejorar mis deficiencias. Consciente de que se me haría dura la batalla. En estos momentos, dudo de todo, hasta del lugar que ha de ocupar un punto o una coma. Demasiadas lagunas. Demasiadas cosas que debí aprender y no aprendí.
 
Aún hoy, después de haberme enfrentado, una y otra vez a mis recuerdos. Cuando alguien me coge con la guardia baja, haciéndome una pregunta directa con la que no cuento, me bloqueo. Mi mente se queda en blanco. No importa si sé la respuesta o no. Simplemente, me bloqueo. Es una sensación extraña. Como si aquel niño asustado aún habitara en mí. Escondido en algún recóndito lugar, incapaz de salir por miedo a lo que pudiera pasar.
 
Nunca he ocultado, ni ocultaré, dichas dificultades. La intención, no es esconderlas, sino, tratar de corregirlas. Soy transparente. Aquel que no sepa verlas es porque no las quiere ver. Los hay, que se rasgan las vestiduras ante ellas, ignorándome, amplia y rotundamente, como si temieran que se les fuese a pegar algo. Otros, permanecen aparentemente impasibles. Amables y correctos, simulan no percatarse de ellas, sin embargo, la decepción se dibuja en sus miradas. Pero yo, no experimento mal estar alguno, pues sé muy bien quien soy. El error lo cometen ellos, dejándose arrastrar por sus prejuicios.
 
Vamos a ver, tal como lo veo yo, estoy tocado pero no hundido. Reboso optimismo. Esa ha sido siempre mi mejor baza. He procurado mantener siempre mi dignidad intacta. Autodidacta por necesidad, no me he privado de hacer las cosas que me gustan, aunque las haya tenido que hacer solo, adoptando la actitud, ya citada, de “Llanero Solitario”, que se parte de risa cada vez que ha de recitar la consabida frase de estos _cowboys_ de medio pelo: “ ¡Yo cabalgo solo forastero!”.
Estoy convencido, de que, si hubiera recibido un mínimo de atención en mi infancia, ahora, brillaría con el doble de intensidad, y nadie notaría mi ineludible Dislexia.
 
Al disléxico, le sobra empatía, es muy tolerante con los demás, pero terriblemente intolerante consigo mismo. No nos podemos permitir el lujo de pasar por alto nuestra anomalía, (si es que se le puede llamar así). Eso nos hace tener un afán de superación por encima de la media. Porque, el disléxico, se sabe inteligente, y ansia el reconocimiento y la aceptación que siempre le fueron negados.
 
Hoy en día, embriagado por la dicha que reportan los hijos. No puedo evitar verme reflejado en ellos. No puedo evitar recordar al niño que fui. No puedo evitar adorarlos, pues, poseen mi vitalidad, mi brillantes, mi alegría, mi espontaneidad… en resumen, están llenos de mi persona. Por último, y no menos importante, no puedo evitar sentirme inmensamente agradecido de tenerlos; porque, a través de ellos, cuando los protejo, los educo, los quiero, los abrazo; estoy retrocediendo en el tiempo. Estoy derribando barreras. Estoy abriéndome camino hacia ese oculto lugar, donde mi niño interior permanece escondido y asustado. Me estoy acercando a él. Con cada gesto, con cada palabra. Hasta el punto de casi tocarlo. Hasta el punto de casi abrazarlo. Sé que el gran día se dibuja cercano. Y cuando ese día llegue, estrecharé con fuerza a ese niño entre mis brazos, y diré, (volcando en él toda la atención que no le supieron dar) - No sufras, pequeño mío, ahora todo va a salir bien, porque yo estoy contigo, siempre lo he estado, nunca has estado solo.

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