Vivir con lupus no es fácil. El lupus no es una enfermedad de un día o de una semana. Es una enfermedad crónica con la que tendremos que vivir el resto de nuestra vida a no ser que descubran antes la cura (cosa que parece más cercana cada vez). Años viviendo con diferentes síntomas como dolores, fatiga, agotamiento y diferentes problemas médicos que van surgiendo. Cualquier cosa que estando bien es sencilla de hacer, con dolor o agotamiento es difícil, por lo que la vida es más complicada si sufres lupus. Hay épocas mejores en los que la enfermedad nos da un respiro y épocas peores en las que debido a un brote o a una agudización de la enfermedad los síntomas pueden ser muy incapacitantes.
Aún así se puede ser feliz. Hay que aprender a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. No hay que mirar lo que ya no se puede hacer al tener lupus, sino en todas las cosas que se pueden seguir haciendo y aprender a disfrutar de ellas. Elegir el camino que te gustaría recorrer y ser feliz caminándolo. No importa el destino, importa saborear cada momento el viaje.
En la vida nos tocan unas cartas que no podemos elegir, pero podemos aprender a jugar con ellas. Con las mejores cartas de póker se puede perder la partida y con las peores cartas se puede ganar. Con las peores circunstancias se puede llegar a ser feliz y con las mejores circunstancias puedes ser infeliz.
No hay que esperar a estar mejor para empezar a disfrutar o a ser feliz. Quizás en unos meses o años estés peor y darías cualquier cosa por estar como estás hoy. Por lo tanto hay que disfrutar del día de hoy aunque no te encuentres del todo bien, disfrútalo, agárralo y saborea cada momento que te regala la vida. Ese día se pasará y no volverá. Solo nos quedarán los recuerdos de los mejores momentos vividos.
Encuentra tu pasión, el motivo por el que estás aquí. Generalmente ayudar a otras personas es una de las cosas más gratificantes de la vida. Ayudarles a superar momentos difíciles o hacerles más llevadero el camino, como nos gustaría que nos ayudaran a nosotros. Compartir alegrías y tristezas con otras personas también potencia la felicidad. Las cosas buenas compartidas son el doble de buenas. Las cosas malas compartidas son la mitad de malas.