El Síndrome de Miller-Fisher es un trastorno neurológico poco común que afecta los nervios periféricos, específicamente los que controlan los movimientos oculares, la coordinación muscular y la sensibilidad. Se considera una variante del síndrome de Guillain-Barré, aunque presenta características distintivas.
Los síntomas del síndrome de Miller-Fisher suelen aparecer repentinamente y progresar rápidamente en un período de horas o días. Los más comunes son la debilidad muscular en los ojos, lo que provoca visión doble o dificultad para mover los ojos en todas las direcciones. También puede haber dificultad para coordinar los movimientos, especialmente al caminar, y una disminución de los reflejos tendinosos profundos.
Además, algunos pacientes pueden experimentar parestesias, que son sensaciones anormales como hormigueo o entumecimiento en las extremidades. Aunque menos común, también se han reportado síntomas como dificultad para hablar, dificultad para tragar y debilidad muscular generalizada.
La causa exacta del síndrome de Miller-Fisher se desconoce, pero se cree que está relacionada con una respuesta autoinmune en la que el sistema inmunológico ataca por error los nervios periféricos. Se ha asociado con infecciones previas, especialmente por el virus de Epstein-Barr y algunas bacterias, aunque no todas las personas afectadas han tenido una infección previa.
El diagnóstico del síndrome de Miller-Fisher se basa en los síntomas clínicos, así como en pruebas complementarias como la electromiografía y la punción lumbar para analizar el líquido cefalorraquídeo. Estas pruebas ayudan a descartar otras condiciones similares y confirmar el diagnóstico.
El tratamiento del síndrome de Miller-Fisher se centra en aliviar los síntomas y promover la recuperación. En algunos casos, puede ser necesario el ingreso hospitalario para monitorizar y tratar las complicaciones. Se pueden utilizar inmunoglobulinas intravenosas o plasmaféresis para reducir la respuesta autoinmune y acelerar la recuperación.
En general, la mayoría de las personas con síndrome de Miller-Fisher se recuperan completamente en un período de semanas o meses, aunque algunos pueden experimentar secuelas a largo plazo, como debilidad residual o problemas de coordinación. Un seguimiento médico regular es importante para evaluar y abordar cualquier complicación a largo plazo.