La edad de hierro.

Tenía quince meses de edad cuando escapé de mi casa por primera vez. Mamá guardó muy bien ese acto que convirtió en misterio para mí, rogó tanto a la Misericordia por mí, y pidió a Dios que me serenara; bien dicen que hay que tener cuidado con lo que le pidas al Señor, porque te lo cumple...

No la culpo, ella empezaba a tener problemas con la tiroides y por lo mismo, ya no esperaban mi llegada, sólo que vine al mundo luego de una hermana mayor y mi hermano el de en medio. Mucha gente se pregunta, cuál es la misión que Dios nos tiene reservada en esta vida, la pregunta es muy sencilla, estamos aquí para Gloria de Él, no hay más. Así fue que al mes de escaparme, llegó la polio a tranquilizarme, a ponerme en el orden de la observación y la perspicacia, de la creatividad! Qué les puedo contar de mis primeros años que no sepan ustedes, no hay pena más grande que un gato sin piernas o sin brazos para trepar a los árboles en busca de la sensación de libertad. Sólo apprtaré, que entre el equipo médico que me atendió, estuvo el doctor de la pintora Frida Kalho, un hombre calvo con serias secuelas de poliomielitis, bastón y fierros, zapatos de Frankestein y aliento a naftalina. Hoy a mis 54 años de edad, entiendo porqué no quería lidiar conmigo, no era tanto que fuera Infante, era el Síndrome de la Polio lo que lo tenía fatigado, como ahora lo estoy viviendo. Aceptó operarme bajo los riesgos de los chillidos y luego de quién sabe cuántas intervenciones, me admiró porque en ninguna de ellas lloré, ni grité, quizá porque era tanta mi fe en salir corriendo de allí, de curarme como me habían prometido si me dejaba operar. Nada, jamás llegó la salud esperada, y mi fe se quebrantó. Cuando la pubertad me trepó al tranvía llamado deseo, el encono,mal frustración y la envidia, ya habían hechos sus estragos. En la segunda parte, les contaré cómo y qué me salvo.