UN CAMINO SIN ALIENTO

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Llegaba yo a los 40 años, feliz de la vida, pensando  que con el asma que sufría desde mi adolescencia, ya no podía ocurrirme nada más en la vida. Tenía la esperanza de no tener esa otra enfermedad, de nombre terrible y que la mayoría de los mortales temen... Pero, no…de esa no os voy a hablar.

A pesar del asma, he tenido una vida intensa y maravillosa, con mis crisis, mis corticoides, mis inhaladores, algún ingreso que otro. Una vida normal y feliz. Pero un día el asma empeoró. Especialistas por ahí, especialistas por allá. Pasan las semanas, y no hay mejoría. Que si el asma se agrava, que si es una hernia de hiato, que si el estómago, que si él no sé qué. Pruebas y más pruebas. Hasta que un día,  subiendo una cuestita mínima, un simple desnivel, fue como si hubiese subido el Himalaya. Así pasé un año. Me costaba subir las escaleras y daba paseos como las abuelitas, parándome cada tres pasos para coger aire e intentar llenar los pulmones. No me llegaba. Me daba vergüenza, así que hacía como que miraba algo en el cielo o en una vitrina... Solo podía andar en llano, evitando las calles con cuestas, eligiendo las salidas del Metro con escaleras mecánicas… No podía ir a ver a mis familiares, ni amigos sin ascensor. No podía buscar trabajo, porque no superaba el día de prueba. Estaba agotada a los diez minutos. 

Ir a por una barra de pan o una compra era un suplicio, mi cuerpo se convertía  en esa cruz pesada y agotadora que tenías que arrastrar hasta la meta que era volver a casa…Y así cada día. De repente tuve una embolia producida por unos efectos secundarios. Se cogió a tiempo. Los médicos al no ver ninguna mejoría respiratoria y tras varios ingresos, decidieron estudiarlo más a fondo. Me hicieron un catéter cardiaco y unas pruebas nucleares. ¡Aleluya!, ¡Hay diagnóstico! Una enfermedad que me sonaba a chino. En ese idioma desconocido, oí: Mortal… No tiene cura… Existen varios tratamientos pero aún están en estudio… Muy altos costes… Hay que ver… Hay que probar… Enfermedad rara... 

Todas esas palabras me daban vueltas: Muerte… Meses… Tiempo… Oxígeno en domicilio… Etc. 

Y piensas: ¿Por qué yo? , ¿Qué tengo?, ¡Mi familia, Dios mío!.

Investigas en un océano de lagunas y de miedo por internet, donde de repente una voz  te habla y te dice que no estás sola, te aconseja y a lo lejos se oyen más voces, hay más como tú. Un alivio terrorífico.

Todo se precipita, te ves conectada a un aparato con tu mascarilla, como un perro con su bozal limitado por su cadena. Moverte es casi ya imposible. Siempre con la sonrisa en el rostro para mostrar a tus seres queridos que sigues ahí. 

Idas y venidas al hospital sin saber que pasa. Te dicen todo y nada. Te dan esperanzas. Prueban otros tratamientos. Y otros, otros… 

Un día empiezas a toser, a toser sangre, mucha sangre… No saben con exactitud. Se arriesgan y toman la decisión de operar. Una tromboendarterectomía pulmonar. Te despiertas y ves tubos que salen de tu cuerpo, una fila de grapas que te recorre lo largo del tórax como si fuese una cremallera, conectada a decenas de aparatos y te dicen: “Todo ha salido bien”…

No existe un final en esta historia, el tiempo lo dirá. Sigo aquí viva y sonriendo…

En mi caso, se pudo corregir de momento por cirugía.