La fiebre tifoidea es una enfermedad infecciosa causada por la bacteria Salmonella typhi. A lo largo de la historia, ha sido responsable de numerosos brotes epidémicos y ha dejado una huella significativa en la salud pública.
Los primeros registros de la fiebre tifoidea se remontan a la antigua Grecia, donde se describieron síntomas similares a los de la enfermedad. Sin embargo, fue en el siglo XIX cuando se realizaron importantes avances en su comprensión. En 1880, el bacteriólogo alemán Karl Joseph Eberth identificó la bacteria responsable de la fiebre tifoidea, y en 1896, el médico británico Almroth Wright desarrolló la primera vacuna efectiva contra la enfermedad.
Durante el siglo XIX y principios del XX, la fiebre tifoidea era una enfermedad común en las áreas urbanas, especialmente en las zonas con condiciones sanitarias deficientes. Los brotes epidémicos se propagaban rápidamente debido a la falta de higiene y al consumo de agua y alimentos contaminados. Uno de los casos más famosos de fiebre tifoidea ocurrió en 1906 en Nueva York, cuando Mary Mallon, una cocinera asintomática portadora de la bacteria, infectó a más de 50 personas.
A medida que se comprendía mejor la transmisión de la enfermedad, se implementaron medidas de control y prevención. La mejora en las prácticas de saneamiento, la purificación del agua y la educación sobre la importancia de la higiene personal contribuyeron a la disminución de los casos de fiebre tifoidea.
En la actualidad, la fiebre tifoidea sigue siendo una preocupación en algunas partes del mundo, especialmente en áreas con acceso limitado a agua potable y saneamiento básico. Aunque la vacunación y los avances en el tratamiento han reducido la incidencia de la enfermedad, es fundamental mantener una vigilancia constante y promover medidas de prevención para evitar nuevos brotes.