El Síndrome de Hurler, también conocido como MPS I (Mucopolisacaridosis tipo I), es una enfermedad genética rara que afecta el metabolismo de los mucopolisacáridos. Fue descubierto por primera vez en 1919 por el pediatra alemán Gertrud Hurler.
El síndrome de Hurler es heredado de forma autosómica recesiva, lo que significa que ambos padres deben transmitir el gen defectuoso para que el niño desarrolle la enfermedad. Se debe a la deficiencia de una enzima llamada alfa-L-iduronidasa, que es necesaria para descomponer los mucopolisacáridos en el cuerpo.
Esta deficiencia enzimática provoca la acumulación de mucopolisacáridos en diferentes tejidos y órganos del cuerpo, lo que resulta en una amplia gama de síntomas y complicaciones. Los síntomas pueden variar desde retraso en el desarrollo, deformidades óseas, problemas cardíacos, dificultades respiratorias, daño en los órganos internos, hasta discapacidad intelectual y deterioro cognitivo progresivo.
El diagnóstico del síndrome de Hurler se realiza mediante pruebas genéticas y análisis de muestras de orina para detectar la presencia de mucopolisacáridos. No existe cura para esta enfermedad, pero el tratamiento se centra en el manejo de los síntomas y la prevención de complicaciones. Esto puede incluir terapia de reemplazo enzimático, cirugías correctivas, terapia física y ocupacional, y medicamentos para controlar los síntomas.
Aunque el síndrome de Hurler es una enfermedad grave y progresiva, los avances en la investigación y el tratamiento han mejorado la calidad de vida y la esperanza de vida de los afectados. Sin embargo, el manejo de esta enfermedad sigue siendo un desafío y se necesita una mayor conciencia y apoyo para los pacientes y sus familias.