Historia sobre Insulinoma .

Un tumor en la corte del rey Páncreas.

4/9/2020

Por: Luis Angel

Año de diagnóstico: 2009


Si miro hacia atrás en el tiempo en busca del comienzo de esta enfermedad debería remontarme hacia el año 2004. Por entonces iba caminando de casa al trabajo y viceversa. A mediodía, según volvía para comer en casa, comencé a sentir unos mareos extraños con sudoración, más intensos en verano. Los mareos los achaqué a bajadas de tensión y los sudores a nerviosismo. Un día pasé por la farmacia más cercana a mi domicilio y solicité una prueba de tensión arterial que resultó normal.

Más o menos un año después me trasladé a una vivienda más cercana: 300 metros. Ahí dejé de sentir aquellos síntomas de forma tan intensa. Quemaba mucha menos energía al caminar una distancia bastante más corta.

Como año y medio más tarde volví a trasladarme de vivienda. Esta vez había que atravesar un puente elevado y la distancia era un poco mayor que la de nuestra primera vivienda. Ahí empecé a sentir todavía más fuertes los síntomas de mareo y sudoración acompañados de una visión rara y nerviosismo. Luego cambié de trabajo y disponía de autobús o un vehículo para ir y volver al trabajo que estaba mucho más lejos.

Entonces comenzó la anorexia nerviosa derivada de otros problemas y eso agravó los síntomas del insulinoma con un estado de confusión total y temblores que achacaba al echo de no comer lo suficiente. No quería aportar calorías, ni quería que se supiera pero para aliviar tanto malestar decidí tomar algo a media mañana. También se me ocurrió hacer un test de glucemia en una farmacia durante el trabajo pero no hacía mucho que había tomado algo. Aún así la farmacéutica dijo que estaba algo baja.

Un día de junio a mediodía, esperando a la puerta del instituto a mi hija, decidí cruzar la calle de dos vías y un solo sentido para ponerme a resguardo del sol. Salía detrás de una furgoneta alta. Al dar el primer paso sobre la calzada una furgoneta de tamaño medio con exceso de velocidad estuvo a punto de aplastarme. Ni siquiera supe reaccionar debido al brutal estado de confusión que tenía.

Más adelante, una mañana de vacaciones antes de comer y sin haber tomado nada en toda la mañana, pedí prestado su glucómetro a una persona diabética para hacerme la prueba. Cuando esa persona vió el resultado (40) se asustó y me obligó a tomar un zumo. Yo tenía una enorme tolerancia a las bajadas de glucosa.

Así las cosas acudí al médico de cabecera para solicitar un glucómetro y vigilar los niveles de glucemia. No quiso recetármelo y dijo que siguiera pidiéndolo prestado. Hoy día valen escasos 20 a 30 euros, ya lo sé.

Entonces me diagnosticaron Hipotiroidismo y fui derivado a un endocrino especialista, jefe del servicio para más señas. Allí volví a hacer mi consulta sobre las hipoglucemias y también se lo tomó a chirigota. Me dijo que tomara las lecturas del glucómetro prestado en diferentes momentos del día y volviera un tiempo después. Que tener glucemias de 40 de forma esporádica no significaban nada. Cuando vió los resultados detallados en una hoja de cálculo, me amenazó con realizarme la prueba definitiva que consistía en pasar tres días sin comer nada y bebiendo agua tan solo. A una persona con anorexia esto no le asusta en absoluto así que acepté y preparó mi ingreso.

Después de cenar ingresé en el hospital pesando 54 kilos con un índice de masa corporal de 17.4. El primer día comenzó sin desayuno, como es lógico, y 3 horas más tarde estaba con todos los síntomas. Los temblores, la sudoración, la confusión, el mareo, visión borrosa ... yo qué sé. Mi esposa dijo que había que llamar a las enfermeras pero pedía aguantar un poco más para que se lo tomaran más en serio que todos los otros médicos. Cuando me pincharon tenía 22 y todas se alteraron, me tiraron en la cama, dieron zumo etc.

La médico endocrino que tenía el turno de planta vino a visitarme y comentó lo delgado que estaba. Tonto de mí respondí: "Solo quiero evaporarme ..." Aquella médico empezó a sospechar mi anorexia y al mismo tiempo empezó a desconfiar de los resultados de las glucemias. Supuso que robaba insulina y me la inyectaba. Tardaron tres semanas en hacerme un tac con contraste y una resonancia magnética que confirmaron el diagnóstico de insulinoma.

Primero quisieron tomar una muestra desde el estómago. Me sedaron y todo lo demás pero no se atrevieron dado que la localización de la lesión era próxima a venas o arterias importantes.
Decidieron abrirme el vientre de lado a lado porque el cirujano no tenía experiencia en laparoscopias y por riesgo con las venas o arterias mencionadas.

Aprovecharon para quitarme la vesícula, también pocha y cosieron la caja de cambios. Hubo una complicación con fístula. Y ya.

Toser se convirtió en un horror cuando terminé mis dosis de morfina epidural.

Me dieron el alta y pesaba 52 kilos. Por estúpido que parezca, aquello fue una alegría. Pero no duró gran cosa porque así sucede en la anorexia. Luego llegó una temporada de dolor horrible al acostarme para dormir en el costado izquierdo posterior de la espalda que trataron con Enantium.

Solicité cambiar de endodrino a aquella mujer que me visitaba en planta y me daba mejor sensación. Casualmente ella trabajaba en la unidad de trastornos alimentarios donde terminé acudiendo y me recetó unos batidos de suplemento. Con aquellos batidos se terminó el dolor de la espalda.

Mi recuperación de la operación consistió en un corto periodo de baja y las visitas a la unidad de trastornos alimentarios tres años.

Espero que si alguien lee este cuento tenga una salud mejor y mejor suerte con todo. A mí me faltaban por diagnosticar tres enfermedades autoinmunes más pero esa, es otra historia.
Historia sobre Insulinoma

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